El hábito de chuparse el dedo es una acción natural y posible durante los primeros meses de vida del bebé. Les produce sensación de seguridad y tranquilidad y que por norma general suelen dejarlo entre los dos y los cuatro años de edad. Sin embargo, si el hábito se mantiene más allá de esta edad, es importante actuar antes de la aparición de la dentición definitiva (entre los 6-7 años), para evitar un incorrecto desarrollo de la oclusión (mordida) y su salud bucodental. Los principales trastornos que puede ocasionar son: 1.- Cambio de orientación de las arcadas dentarias: la superior se desplazará hacia adelante y la inferior hacia atrás. 2.- Maloclusión dental: mordida abierta es decir, se pierde el contacto entre los incisivos superiores e inferiores al morder. 3.- Deformación del paladar: debido al empuje en dirección ascendente que produce la succión del dedo, el paladar modifica su forma haciéndose cada vez más convexo (paladar ojival). 4.- Insuficiente desarrollo (hipoplasia) del maxilar superior: la posición anómala de la lengua en relación al maxilar por la interposición del dedo hace que este no se desarrolle al mismo ritmo que el resto del macizo facial. 5.- Alteraciones del lenguaje: debido a la modificación de la situación normal de dientes, lengua y paladar, que son los elementos que intervienen en la fonación, la pronunciación de determinados fonemas puede verse afectada (/t/, /d/ y /l/) dando lugar a dislalias. También puede ser posible el ceceo y el seseo. Además hay que mencionar que al chuparse el dedo, no solo se ve afectada la salud bucodental, sino que puede tener consecuencias para su salud en general. Puede causar alteraciones en los dedos, trastornos emocionales y aumentar el riesgo de infecciones, ya que las manos están en contacto permanente con agentes contaminantes, además de la obstrucción del espacio aéreo nasal, trayendo como consecuencia hipertrofia de cornetes y estados alérgicos recurrentes.
